sábado, 7 de septiembre de 2013

Diez fragmentos de un espejo oculto

Por: Gamada

I
Al principio, todo era oscuridad acuosa, líquida noche, cavidad infinita en el tiempo infinito, la vida era sólo un latido, tambor de fiesta, chirimía... de pronto se partió en dos y sonó a contratiempo, después... se siguió partiendo, se hizo la herida.., vino el grito, el llanto, la luz y la guerra...

II
Y empecé a andar por esta tierra, curtida piel de abuela; aprendí la palabra buena, aprendí que la luna no se llama luna y que el sol es día, fiesta y nombre propio, así mi palabra se hizo neblina, enebro y ocotal florido... mientras jugaba con lodo, mi abuelo nacía de un huevo enorme en una cueva...

III
Continuó el juego, después... el asombro, luego... la duda, el descubrimiento, después el juego y luego el juego... antes de la muerte.

IV
Nosotros le pusimos alas al viento para que le creyeran ave, le regalamos papalotes, le encendimos flores y veladoras para que nos bendijera por siempre.
En las tardes de otoño solíamos convertirnos en tejones y así en manada, trepados en los árboles, comíamos tejocotes dulces, amarillos, maduros como soles; también rebautizamos las cosas y nombramos las sin nombre, éramos dioses y demonios creadores. Wään y Yol fueron mis amigos, duendes implacables, criaturas etéreas, artífices de dolores del corazón y de cabeza.
En muchas noches el abuelo nos señaló las veredas secretas de los Naguales hermosos, los parajes donde el Sol y la Luna jugaron cuando niños... la boca del abuelo fue una cueva sagrada, origen y explicación del universo… antes que la Biblia, antes que el "Big Bang"... era nuestro mundo antes de...

V
Ya no recuerdo las fechas, ni el rostro del día en ese día... tan sólo que... un autobús destartalado avanzaba dando tumbos en la sierra, sentados en el interior, un niño de seis años con su hermana de cinco, miran incrédulos por la ventanilla temblorosa del camión los cerros, los árboles y los arbustos que pasan veloces ante ellos, la tierra y las nubes huyen, se los come el polvo en las curvas, le ayuda el tiempo con sus dientes de amnesia.
El viaje nos causó vómito y espanto, empolvados, bajamos las cajas. Mi madre con mi hermana Lij en brazos, Lentsy y yo hicimos una mueca de desagrado cuando el autobús volvió a ponerse en marcha... un fuerte ronquido de metales... humo espeso... olor a gasolina en el aire... era la primera vez que pisábamos este charco de concreto y asfalto que llamamos ciudad.

VI
Pronto aprendimos juegos, trampas, mentiras y verdades nuevas, en lengua nueva; ensayamos mil formas de escapar a la calle con la bolsa de canicas, practicamos otras mil posibilidades de escapar a la vara de los maestros y a los "raunds" de cariño que mi madre y el viejo nos recetaban; nunca corrimos más rápido que las lagartijas, ni fuimos más astutos que los ratones que cazábamos en los basureros, sin embargo, nunca renunciamos a nuestra religión pagana, nuestra fe al viento y a los animales que vuelan...
La resortera, arma portentosa, lanzaba planetas y estrellas al espacio para ponerlas en órbita.

VII
Si algún día alguien me preguntara, cuál ha sido la experiencia más peligrosa y angustiante que he vivido, yo sin duda contestaré: asistir a la escuela, indefenso...

VIII
Inevitablemente, irremediablemente, crecimos hacia dentro y hacia afuera... hasta que un día ya no cupimos en el cuerpo del duende que habitábamos... alguien murió, algo se rompió y no nos dimos cuenta cuándo, cómo, dónde.

IX
Me miro al espejo.
Y me pregunto: si ese que aparece ahí soy yo...
Una pregunta desmesurada, un olvido tremendo, una respuesta inaudita...
Una mujer se desnuda... hay un cuarto de hotel, una cama desdoblada, un excusado pulcro, un reloj detenido, una llovizna que no cede, un lastimero blues en la radio, una tarde que opaca, una mosca zumba en alguna parte, un patio mojado, un vaso vacío, el diario de ayer, las noticias de siempre, frases, imágenes en el aire, la tinta y el papel aquí... el poeta y el Hombre no nacen todavía...
Entre tanto, la esperanza se acurruca en el vientre de esa mujer desnuda que llaman realidad.

X
¿Qué fue lo que me acercó a ti?
Debió ser el viento que me sopló en la infancia y me arrastró hasta aquí, o tal vez el sol que me contagió de eso, que dejó ciego a los topos y maduró las frutas que comí ayer; debió ser el tiempo que no me sostuvo con suficiente fuerza sobre su coraza de tortuga y me hizo caer acá; también, pudo ser aquello que llaman amor a las alas, la prisa por vivir o por morir.., quién sabe; la impaciencia por crear y pecar, la sed de crecer, de conocer y creer, la necesidad de cerrar las heridas de otros que también son las mías, la aspiración de sostener a un Hombre Nuevo con esta osamenta, como un estandarte de guerra, como una lanza... ¿paciencia o impaciencia?... ¡no sé! ; ¿o será esta la suerte de quienes nacemos  fuera de los hospitales, de los no bautizados, de los que aprendemos a escribir fuera del renglón, de los que no nos titularnos en las universidades?
Definitivamente, yo no te busqué, supongo que tú menos... simplemente tuvimos que encontramos porque no podíamos evitarnos, como dos buenos amigos o enemigos, corno río y mar, nos toparnos en algún recodo del tiempo y nos enredamos en un remolino sin forma, nos descubrimos en alguna arruga de la Historia, nos mirarnos al rostro en un momento de valor e ilusión, en algún instante de fortaleza y sinceridad, uno de cobardía y miedo, de vergüenza y descaro... debimos conocernos en algún momento de amor y desamor.

Galopar con la libertad.., es bello.., quién lo diría.
Libre de haber amado tanto, libre de haber odiado...

Siete adioses para Isabel

Si una estrella más cayó
este cielo llora
si nadie reclama luna y luz
este mar ya se secó.
LEON GIECO

Por: Gamada

I
En estas palabras busco el polen que desprendió tu cabello...
Desde el mismo día en que subiste a remover las nubes de las montañas, sólo pienso en las hojas muertas de los cedros, en los arroyos y floripondios que pueblan tu mirada, desde entonces te veo convertida en hada, duende, niña descalza sobre los surcos; ángel malo, aparición inesperada que agita los pastizales del corazón, aliento de flores desconocidas, suspiro que se arremolina en los patios, origen de las herejías, es decir... de las cosas bellas, de los sueños cálidos.

II
Cuando acomodabas en el destartalado autobús tu mochila de viajero y tu cuerpo de alfil buscaba un asiento, presentí que una parvada de mirlos me visitaría todas las tardes para golpear mis recuerdos con sus alas, para graznarme tu nombre y hacerme sentir tu pupila en un mar de plumas negras.

III
Todos los caminos llevan a ti...
Así como las veredas amarillas y polvorientas de la Siena, agrestes, sencillas, exactas... al final de todo... nos espera la misma tierra, porque el mundo es redondo... como todas las penas... como todos los adioses... como todas las muertes... las muertes...

IV
Hay noches tan largas... y nuestra incipiente locura no las acorta ni con el más formidable de los sueños; noches que son... caminos largos. Es la memoria sin marañas, es tu recuerdo que no se duerme y juega al amor.

V
¿Serán las veredas de tu pueblo igual a las de tu piel?, ¿Y ese olor de la tierra bajo la lluvia de las seis de la tarde, sospechará que tú lo provocas?, ¿Qué formas tejen los árboles en tu rostro cuando te dan sombra?, ¿De dónde brotan los insectos que anidan en las esquinas de tu cuarto?, ¿Qué piensas de los atardeceres y las albas?, ¿Qué piensas del sol que muere con nosotros?.

VI
Aquí dentro, el día también envejece… hace un rato que las montañas terminaron de limar un sol de cobre; la noche, gato negro que danza en las azoteas, las aves pardas han vuelto a su nido.
Antes de cerrar los ojos, alimento a los duendes y demonios que siempre me acompañan en esta madeja de deshoras… con tu nombre.

VII
Silenciosa,
        lenta...
    cierta criatura moribunda desgrana el tiempo a dentelladas...
¡Adiós Isabel!