Si una estrella más cayó
este cielo llora
si nadie reclama luna y luz
este mar ya se secó.
LEON GIECO
Por: Gamada
I
En estas palabras busco el polen que desprendió tu cabello...
Desde el mismo día en que subiste a remover las nubes de las montañas, sólo pienso en las hojas muertas de los cedros, en los arroyos y floripondios que pueblan tu mirada, desde entonces te veo convertida en hada, duende, niña descalza sobre los surcos; ángel malo, aparición inesperada que agita los pastizales del corazón, aliento de flores desconocidas, suspiro que se arremolina en los patios, origen de las herejías, es decir... de las cosas bellas, de los sueños cálidos.
II
Cuando acomodabas en el destartalado autobús tu mochila de viajero y tu cuerpo de alfil buscaba un asiento, presentí que una parvada de mirlos me visitaría todas las tardes para golpear mis recuerdos con sus alas, para graznarme tu nombre y hacerme sentir tu pupila en un mar de plumas negras.
III
Todos los caminos llevan a ti...
Así como las veredas amarillas y polvorientas de la Siena, agrestes, sencillas, exactas... al final de todo... nos espera la misma tierra, porque el mundo es redondo... como todas las penas... como todos los adioses... como todas las muertes... las muertes...
IV
Hay noches tan largas... y nuestra incipiente locura no las acorta ni con el más formidable de los sueños; noches que son... caminos largos. Es la memoria sin marañas, es tu recuerdo que no se duerme y juega al amor.
V
¿Serán las veredas de tu pueblo igual a las de tu piel?, ¿Y ese olor de la tierra bajo la lluvia de las seis de la tarde, sospechará que tú lo provocas?, ¿Qué formas tejen los árboles en tu rostro cuando te dan sombra?, ¿De dónde brotan los insectos que anidan en las esquinas de tu cuarto?, ¿Qué piensas de los atardeceres y las albas?, ¿Qué piensas del sol que muere con nosotros?.
VI
Aquí dentro, el día también envejece… hace un rato que las montañas terminaron de limar un sol de cobre; la noche, gato negro que danza en las azoteas, las aves pardas han vuelto a su nido.
Antes de cerrar los ojos, alimento a los duendes y demonios que siempre me acompañan en esta madeja de deshoras… con tu nombre.
VII
Silenciosa,
lenta...
cierta criatura moribunda desgrana el tiempo a dentelladas...
¡Adiós Isabel!
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